Muchas veces el temor a tratar ciertos temas abiertamente, lleva a complejizarlos más de lo necesario. El país aún tiene una conversación pendiente sobre una actividad tan presente en nuestra vida diaria como estigmatizada.
Seguramente Usted está leyendo este artículo desde su computador portátil o desde su teléfono celular y, sin ser consciente, tiene casi media tabla periódica en su mano, es decir, elementos químicos que se obtienen a partir de minerales. Los celulares, por ejemplo, contienen aluminio, cobre, plata, oro, hierro y níquel, entre otros.
A pesar de esta realidad, la explotación minera en Colombia pareciera un tema escabroso que ni el Estado, ni las empresas se atreven a afrontar con la sociedad de manera abierta y franca. Creo no equivocarme al señalar que el tema minero se está limitando a ser una dicotomía, un blanco y negro, donde las posturas se limitan a estar a favor o en contra, al sí o al no, sin que haya una explicación y un diálogo claros y profundos, no solo de sus alcances técnicos, sino de sus impactos socioeconómicos y ambientales en las comunidades.
El debate se sigue moviendo en diferentes orillas: la de defender a toda costa la actividad minera como fuente de desarrollo del país, sin dar un lugar constructivo a la preocupación de comunidades y ambientalistas por la sostenibilidad social y ambiental en las áreas donde se implementa la minería; a la preocupación de los empresarios que encuentran en la posición anterior un obstáculo para su negocio; y a la voz de quienes se oponen completamente a la minería, en la que ven solo amenazas y pocas oportunidades.
En gran medida ese temor que ha llevado a la estigmatización de la minería por parte de las comunidades, se debe – a su vez – al temor del Estado y de las empresas a entablar ese diálogo con las comunidades, a escuchar las diferentes voces, a buscar puntos de encuentro. Esto debido a la ausencia de una pedagogía abierta para explicar los conceptos, alcances e impactos. No es suficiente con generar normatividad que regule esta actividad, si no se complementa con un proceso de socialización aterrizado, claro y explícito.
Para citar un ejemplo, recientemente se ha dado una amplia discusión sobre la Resolución 110 del 28 de enero de 2022, expedida por el Ministerio de Ambiente, que dicta las disposiciones para desarrollar actividad minera en áreas de reserva forestal. Mas allá del alcance específico de la norma, me ha llamado la atención que la conversación se ha dado en torno a lo que una empresa minera entiende como el alcance y repercusiones de la norma, y las diversas interpretaciones desde otros puntos de vista. Pero esta conversación, que requiere la participación de diversos sectores, especialmente con las comunidades que habitan o son vecinas de estas zonas, no las ha incluido del todo, y además, se ha dado desde el miedo y desde el desconocimiento. Se ha dado desde la resistencia y la oposición de unos a otros. En últimas, no ha habido diálogo, solo se han escuchado diferentes voces, pero no ha habido un ambiente constructivo que permita un mejor entendimiento de la norma y la búsqueda de alternativas para que ésta no se convierta en una vía libre para la minería de cualquier manera, sino que sea la oportunidad para escucharnos y acordar de qué manera se puede hacer una minería que maneje adecuadamente los impactos y comparta los beneficios.
¿Cuáles son las áreas de reserva forestal en Colombia?, ¿cuáles de ellas son áreas protegidas?, ¿qué implica el proceso de exploración?, ¿qué se requiere para emprender un proceso de explotación?, ¿cómo impactan estos proyectos a las comunidades?, ¿cómo se garantiza la protección y preservación de los recursos naturales desde la actividad minera?, ¿cómo se mitiga o compensa el impacto ambiental?, ¿qué papel juega la comunidad en todo el proceso?, son solo algunas preguntas que requieren ser abordadas y cuya respuesta no corresponde solamente al Estado, sino a las empresas, que deben establecer relaciones sanas, a partir de un desempeño social que vaya de la mano con sus proyectos y operaciones.
Es urgente dejar de lado el temor a hablar, las empresas deben despojarse de la prevención a abordar todos los matices de su actividad, si quieren dar pasos en la generación de confianza y credibilidad entre la comunidad. Es imperativo construir un lenguaje que incluya lo técnico, lo emocional, el conocimiento tradicional y diferentes voces, que atienda las diferentes visiones, y que construya desde la diversidad opciones concretas para todas las partes.
InSight acompaña esos procesos de diálogo para construir acuerdos, que generen beneficios mutuos.